viernes, 22 de enero de 2021

ARTURO BORDA - PÉRDIDAS Y ENCUENTROS


La Paz, Octubre 2018

Buenas tardes a todos. En esta oportunidad a título personal para compartir un poco la vida y obra de otro de nuestros grandes referentes culturales, como lo fue Arturo Borda. En su caso, la palabra cultura adquiere su significado científico, pues fue él el dechado del hombre que cultiva un arte de manera constante y devota hasta adquirir el denominativo de culto: dominó principalmente la pintura además de otras disciplinas que ejerció con igual pasión y ardor, como el periodismo, la escritura, el cine, el activismo sindical y la función estatal. 


Don Arturo consideraba a la cultura no como la sublimación de los sentidos ante la belleza y la hermosura de lo expuesto, sino como un instrumento que debe atender a las inquietudes de las personas que lo contemplan, que debe atizar el fuego de la revolución, remover las bases de las instituciones aceptadas por el común y reivindicar el orden justo de los verdaderos valores de una sociedad que se olvidó de luchar por ellos. El arte no sería sólo la observación de la vida; implicaría también usarla para bien de las verdaderas virtudes.

LITERATURA

Al hablar de las letras de don Arturo, el primero en aparecer es “El Loco”, ese tomo perdido más comentado que leído. Y la mención no es para menos: redactado durante cincuenta años, en silencio y en secreto, compuesto de tres tomos y mil seiscientas cincuenta y nueve páginas, publicado de manera póstuma, perdido y encontrado,

Esta lectura incurre en el mismo estigma: el suscrito no leyó El Loco. Soy un testigo de hechos que no he presenciado. Por eso, sólo puedo limitarme a dar las referencias que de él se conocen gracias a otros mucho más consistentes lectores. Omar Rocha Velasco hizo quizá el mejor intento por describir a El Loco: Que no tiene principio, desarrollo y fin como el relato tradicional, que lo atraviesan diálogos teatrales, que se salpican en su camino versos libres, que contiene ensayos filosóficos. En fin, que la obra es un desafío para el lector que se le acerca con armas tradicionales, pues hay que afrontar la totalidad de ese bastión de más de mil cartillas para comprender su significado

Habrá que esperar a la publicación de la misma como parte de la Biblioteca del Bicentenario para honrar a la obra por la que el autor quiso retratar con letras la búsqueda de la belleza.

PINTURA

En este apartado quiero hacer mención a una anécdota rescatada por la revista “La Mariposa Mundial” del Archivo Héctor Borda, y que emerge de una entrevista hecha a don Arturo en el periódico paceño La Semana en el año 1917. Acompañando a un periodista y aun fotógrafo sin cámara, Arturo Borda les mostró sus telas y lienzos, ya desde entonces geniales, manifestándoles “No merezco nada, más bien a los que matamos el tiempo así debían castigarnos como traidores a la patria, porque ella no necesita de esto, sino de brazos que roturen la tierra para hacerla rica, y entonces recién se podía permitir estos lujos de derroche de tiempo y de trabajo”.


La anécdota es valiosa pues resume la postura de don Arturo respecto al valor del arte en la sociedad: desapegada a reconocimientos y proezas visuales, valoradora de las técnicas y estilos clásicos, llena de símbolos y carga literaria, del gran Partenón de las musas. Tal vez la mejor muestra de esta inquietud suya se encuentre en su obra “Crítica al Arte Contemporáneo”, en la que se aprecia a la belleza huyendo desnuda de las autoproclamadas corrientes modernas que se representan en desproporcionadas quimeras que aluden al cubismo, al indigenismo, y a otros que son realizados por micos. Esta postura sobre la pintura fue precisamente la que lo puso en contrapunto a Cecilio Guzmán de Rojas, que realizó una revalorización del indigenismo y de la corriente “deco”.

Como decía don Hugo Boero Rojo en “Bolivia Mágica”, don Arturo era un eximio retratista y paisajista, que en sus viajes por el país tomó bocetos y cuadros de gran colorido que le darían reconocimiento nacional e internacional, mientras que reflejaba la vastedad del altiplano o el calor del valle. Pero de entre todos sus paisajes se debe destacar el cariño y fascinación que sentía por el Illimani, que fue objeto de sus pinceles de manera recurrente y cuyas muestras lucen ahora en varios puntos de la ciudad, si bien a veces de manera casi accidental. Su obra más reconocida fue “Retrato de mis padres”, que mereció loas y reconocimientos a nivel internacional y que fue expuesta en universidades norteamericanas. Todas las obras mencionadas se encuentran ahora en el Museo Nacional de Arte de La Paz.

CINE

Don Arturo fue participe del apogeo del cine mudo en Bolivia, como relata Waldo Cerruto, participando en el papel del inclemente gran sacerdote en “Wara Wara” de José María Velasco Maidana en 1930, junto a Marina Nuñez del Prado. Esta obra relata la conquista del incario por parte del hombre blanco, y fue filmada con varias penurias por parte del reparto y el equipo de producción, pero se consagró como gran éxito en taquilla y orgullo nacional por su proeza técnica. Lamentablemente, no quedan a la fecha ejemplares para su apreciación.

ARTURO EL TOQUI BORDA

Don Jaime Sáenz en “Vidas y muertes” toca el momento último en la vida de don Arturo, en la que ya anciano, en la noche más mojada del invierno, y ebrio de trementina bebió su última copa luego de una discusión con una vendedora de hojalata. Al igual que con “El Loco”, se usó un pasaje para describir el libro. Borda tendría siempre atribuida esa estampa de energúmeno, ajeno a convenciones y propenso a explosiones de calor que acrecienten el anecdotario.

Al igual que con su gran obra el autor merece que, siempre a destiempo y siempre muy poco, los interesados profundicemos en lo hecho, para que entre nuestras pocas voces podamos hacer eco de la cabal medida de un hombre que pintó y escribió más para el futuro.

Y uno de esos toques de inicio lo encontramos en “Los delirios vanguardistas de Arturo Borda” escrito por Juan Manuel Acevedo Carvajal, en el que nos relata como el Toqui no temía a lo grotesco, a diferencia de sus compañeros de generación, llevando su escritura y su pintura hasta el punto en que se rompe la cómoda convención y el espectador debe gritar para entender lo que le sucede. Por eso reniega del absurdo, que es un acercamiento cómodo y desesforzado a la belleza de lo material.

Como relata en su Autobiografía, hizo más de dos mil telas, para las cuales nunca recibió cooperación de ninguna institución pública, privada o artística. Tal vez esto lo dotó de una libertad de cuerpo y alma que le permitieron al final acrecentar su espíritu, pues libre de las ataduras de la moneda que condicionan el actuar, pudo ejercer su arte y pensamiento hasta que el mismo alcanzó toda su amplitud. De esa manera fue una mente sin compromisos mundanos, únicamente guiada por el afán de crear, de cambiar y de transmitir.

(leído por el autor en octubre de 2018, Cementerio General, La Paz - Bolivia) 


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