Extractos en prosa luego de ver la película "The Words" hace varios años.
LAS PALABRAS
31-05-16
El autor
El Autor
agradeció a su esposa y a su editor al mismo tiempo, dándoles a ambos la misma
importancia. Resaltó la urgencia de recrudecer la disciplina escolar. Le dio la
espalda al decano del jurado y al cierre de su discurso levantó la mano derecha
con la palma y el brazo extendidos de manera perpendicular a su cuerpo, pero a
nadie, ni siquiera a su esposa le molestó nada de eso. Él había escrito “La
Cátedra Oculta” y pasó de ser un analista financiero como cualquier otro a ser
un escritor admirado y ovacionado a nivel social, profesional, familiar y
personal. Este era su momento glorioso y esta alegría nadie se la podría
quitar, al menos por ahora. Al menos hoy.
El anciano
Trece años en el
colegio hasta tener el título de bachiller.
Servicio en la
guerra por un año.
Cinco años de
corresponsal extranjero.
Cinco años
trabajando en el puerto como estibador de Rising Exports Inc.
Dos años en casa
luego de la guerra, trabajando sin pensar.
Dos años
enamorado de una chica parisina sin tener la oportunidad de verla.
Casado tres años
con una chica parisina dos años más joven.
Un año de padre.
Dos años sin su
esposa.
Veinte años de
periodismo.
Treinta años de
jardinería.
Cincuenta años
sin saber qué hacer.
24-06-16
La canción de
Rony y Dora
Ambos de
querían, no se conocieron jóvenes. Él paseó a su hijo en su día de visita
cuando la vio. Ella quería suicidarse luego de terminar un noviazgo de nueve
años. Se querían porque ambos eran piezas rotas.
Él amaba las
pequeñas luchas diarias, la comida barata, el sexo en el último piso de su casa
con el techo alto, mientras la ventana era un manojo vibrante de granos de
arena luminosos en fondo negro.
Ella amaba los
intentos diarios por tener éxito a los que llevaba siempre su amado, y su
actitud infantil, sus pómulos serios. Lo amaba a él.
29-06-16
La estación del
tren
Él corrió
empujando a la gente y sus maletas pensando en secreto que podría haber gente
con pensamientos y maletas individuales ese día, que podrían armar sus
historias y vidas a pesar de todo el amor que estaba en juego, que estuvo en
juego esa tarde. Y saltó los grandes carritos de carga, chocó contra hombres
grandes de abrigos de piel y camisa fuera y rompió la cortina de humo del
último tren.
En un espacio
vacío de la multitud, rodeada de gente comprando boletos o subiendo al tren,
ella lo vio llegar con ambas manos agarrando su bolso en su regazo y la sonrisa
que no dice nada para no romper el encanto de encontrarse.
La lectura
Noches blancas,
por mi capítulo uno. Ese día lo recordaría siempre por la austeridad y seriedad
de la tormenta que la despertó; era imposible dormir o fingir dormir mientras
el mundo se ahogaba, además le pareció sentir la ansiedad de la histeria
colectiva cuando pasa un desastre.
Pero ese día el
desastre del mundo había llegado en la forma de una anciana, una mujer de
bastón, pañoleta y abrigo que le dijo, sin más rodeos, que el esposo que la
amaba, que su naciente hogar, su felicidad en resumen, acabarían pronto por
obra de una brujería mal lograda en su juventud. Tocaron la puerta, cuando la
fue a abrir era la mujer esperada.
03-07-16
La escritura del
libro
Lo había perdido
todo en el camino de un hospital a otro. No se despidió de su esposa al partir
y cuando llegó su hija ya había fallecido.
El entierro de
ambas llenó la funeraria por dos días. El cielo era de una tonalidad morada
suave, sin puesta de sol.
Rechazó toda
invitación de compañía y se fue solo a casa donde él, la cuna y la cartera que
le regaló la semana pasada se hicieron compañía. Con pasos lentos sacó su
agenda vieja de un cajón del ruidoso escritorio de madera, arrancó de la raíz
las hojas donde hizo algunos vagos intentos por organizar su vida y empezó a
escribir sin parar, sin saber el origen de las palabras pero sabiendo que eran
las correctas. Sin revisiones.
No comía, casi
no dormía, llenaba los ceniceros casi sin pensarlo.
Pero antes
siquiera de empezar a escribir su historia anotó el título “Noches blancas”.
Canción de Clay
y Daniela
Su nombre
completo era Daniela María Alba Albor, pero eso lo averigüé al final de nuestra
vida juntos, cuatro horas después de haberla empezado.
Ella trajo
niebla, nubes y felicidad, pero todas transitorias. Cuando vio mi jardín
improvisado en el balcón del piso treinta, recuerdo que se puso a escuchar a
las plantas, pasando su cabello rubio encima de su oreja y acercando el oído a
las flores. Con la mueca del que repite lo obvio le dije que las plantas no
emiten sonidos, me miró con esos ojos a medio camino entre inocentes y
seductores y me dijo “si abres primero tu mente, puedes oírlas cantar.
¿Escuchas?”.
La gota de
sangre que resbaló de mi herida a mis ojos me obligó a cerrarlos. “¿Escuchas?”.
Nunca me dijo su nombre completo para guardar celosa un último secreto.
“¿Escuchas?”. El policía leyó en voz alta su cédula de identidad antes de
cerrar la bolsa de cadáveres y leer mi cédula también. “¿Escuchas?”. Mi nombre
es Claudio Salas, el único sobreviviente.
Primer amor
El humo era
sonido y la chimenea del tren lo botaba con tanta fuerza que pronto la estación
se llenó de ruido, gente despidiéndose y maletas como montañas. El hombre joven
corrió entre todas ellas, sintió el golpe de hombro que le dio a una caja de
madera y los puños y manos que querían herirlo pese a su velocidad. Los rostros
eran borrosos a su velocidad, nunca había corrido así, nunca había querido a
alguien así.
Llegó hasta los
cuerpos de las cientos de personas que despedían a sus soldados, nadie pensó
siquiera en dejarlo pasar. Al otro lado la chica rubia lo esperaba parada a
lado de la puerta, agarrando fuertemente su cartera con ambas manos frente a su
regazo, arrugando su vestido estampado.
04-07-16
La tienda de
libros
El viejo estaba
a gusto y feliz, reunía libros de diferentes géneros, a veces compraba uno
solo, o diez, o un lote de cien libros populares que le permitieran comprar
asado con huevo y cigarrillos cada noche.
Pasaba el día en
el banco que estaba a lado de la puerta, se tomaba un té y pensaba en el tiempo
que le tomaría al chico del frente volver a armar su castillo de naipes y subir
a la tienda de calles arriba por la leche que le pedía su mamá. Los perros iban
a sentarse cerca de él esperando las galletas que seguramente llevaba en el
bolsillo.
No tenía idea de
los libros de vendía, sólo sabía que si compraba la lista de libros que le daba
el chico de lentes, ese que vivía saliendo del mercado, el que se casó una vez
con una chica rubia, le iría bien en sus finanzas mínimas.
06-07-16
Un hombre joven
en París
Llegó escapando
de la guerra, del gobierno militar. Llevaba el recuerdo de su madre en una foto
de su billetera.
En el bus podía
oír sólo a los autos que pasaban más rápido que su bus, el murmullo
incomprensible de sílabas limpias y guturales erres lo enloquecía. La vio
sentada de lado en un asiento unipersonal, universal al otro lado del bus. No
podía ser ella pero el parecido era increíble, pelo negro enrulado, piel blanca
llena de pecas, bajita, ojos grandes y asustados, al menos debía ser una
familiar, ¡Dios! Hasta olía a cigarro.
Cuando la niña bajó del bus la
siguió en la calle vacía y soleada de ese barrio residencial en París, por un
segundo, el segundo que las mujeres toman para ver de reojo a los chicos, ella
lo miró preocupada por los pasos de un desconocido, pero el chico con ropa
americana que la seguía se quedó a medio camino con sus maletas tras de sí,
mirándola triste y evidentemente perdido.