domingo, 19 de mayo de 2019

EL FIN DE GAME OF THRONES



Concluyeron ocho años de la serie que nos llevó por libros, películas, juguetes, historias, mitologías y, su fin último, por reinos de fantasía heroica. No sólo es el fin de Game of Thrones (GOT) sino el culmen de la importancia que en este mundo tienen (ahora más que nunca) una buena narración y una gran historia.

La televisión, en toda su cruel sabiduría, le ha dado al fan lo que creía era la mejor manera de traducir las novelas de la saga “Canción de Hielo y Fuego” de George R. Martín, y ejerciendo esa prerrogativa ha concluido con esta saga como lo consideró conveniente. Y es que en la medida en que la serie se ha alimentado de los libros, nos enamoramos de las luchas y las intrigas de sus personajes. Pero con el paso de las temporadas, la brecha entre libro y serie se hizo más grande, al grado en que directores y guionistas, con o sin ayuda de Martin, dieron a la aventura el curso que les pareció el mejor.

¿Debería ser la capitulación del televidente? ¿Acaso no tenemos el maldito derecho como público consumidor a exigir una serie que sea de nuestro gusto? Pues, rotundamente, no. En el momento en el que nos sometemos al control remoto durante una hora (y esta temporada unos mezquinos minutos más) renunciamos a inventar. Declaramos extinta nuestra facultad a reimaginar los mundos que Martin nos presentó. Por su parte, en la obra escrita el lector deberá echar uso de su predisposición (o sus limitaciones) para evocar las batallas, probar los vinos, amar a las mujeres o sufrir los pesares de los personajes. Au contraire, la televisión hace ese trabajo por nosotros, y nos dice quién se ve cómo, cómo se hace qué y qué hace quién. Es un trato sin negociación y que es reconfortante cuando el desempeño es soberbio. El Ned Stark de Sean Bean es irrepetible. Un Khal Drogo con esa fluencia en dothraki será muy difícil de encontrar. Tywin Lannister sigue reverberando en nuestros fríos y decididos recuerdos. Estos son sólo algunos de los personajes que no podremos imaginar diferentes a como los presentó la tele.

¿Y qué hacer cuando la serie que nos enamoró con tanta facilidad nos deja ese sabor amargo al momento de partir? Algunos avispados realizarán trabajos alternos al tronco canon, en los que el fanático se explayará en su interpretación sobre la obra en cuestión. Los más tristes virarán a la rabieta y el enfado al sentirse defraudados en sus expectativas, cuando ante el trabajo del autor (más aún ante un autor que es un medio como en una serie de televisión) postularon su mayor conocimiento sobre los entreveros o su disgusto con el desarrollo de la obra. Y esta labor, semánticamente imposible, es la ruptura del trato inicial de ver televisión: no recibes lo que quieres ni lo que mereces, recibes lo que recibes.

Pero las personas volverán a leer. Ya dije que esta serie nos ha puesto en las manos construcciones que difícilmente imaginaremos distintas. Creo exagerar. Creo que aún tenemos a la mano tierras desconocidas y odiseas tan inspiradoras como trágicas, en las que veremos por un instante las lecciones y dilemas que afrontamos en nuestra vida diaria, haciendo de nuestra realidad algo increíble. Haciendo que nuestras vidas transmitan la fantasía que nos quiso regalar el autor. Me refiero por supuesto a los libros. Están a la mano. Están en nuestro idioma. Y son tan afortunadamente bastos que aún tenemos mucho con qué alimentar las fantasías diarias que son nuestras vidas.

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