domingo, 21 de agosto de 2016

AHORA QUE TODOS JUGAMOS

There are big lines between those who play video games and those who do not. For those who don't, video games are irrelevant. They think all video games must be too difficult. 
- Shigeru Miyamoto

Tunacola and the Whale - Primavera Now

Hay un nuevo lenguaje común que todos hablan en la mesa a la hora del almuerzo o con el vecino del minibus. Ese lenguaje se emplea para describir a las nuevas personas que llenan las plazas y calles con su teléfono móvil, persiguiendo y atrapando animales virtuales que los niños de hace veinte años ya conocían. Es la aplicación de Pokemón GO.

Más que describir cómo funciona,  el juego de moda me hace pensar inevitablemente en los inicios de los videojuegos, allá por la década de los ochenta. Cuando era raro ver en las noticias un reportaje en el que salían las consolas caseras, las salas de videojuegos (que reivindico ahora con el nombre local de tilines). Empleando el pedestal de la protección de aquellas personas bajo su cuidado, los adultos sopesaron las posibilidades que implica el que los niños puedan hacer cosas solos, cosas que los adultos no pueden entender y que los asustan. La solución en ese entonces no se dilucidó. Se optó por la censura, pasando por la prohibición. Luego (ahora) los  fuegos fueron menos. La sociedad y los legisladores aceptaron que los videojuegos deben quedarse en ese lugar indescifrable pero no amenazador que son las cosas de chicos. Habíamos retornado al lugar donde las cosas empezaron, cuando todo el mundo empezó a averiguar el significado de la palabra Pac-man.

La primera oleada de Pokemones fue en Japón, cuando la posibilidad de intercambiar monstruos con otros jugadores hizo al juego el fenómeno más popular desde Mario Bros. Todo esto mucho antes de que el celular sea el medio de comunicación masivo y obligatorio. Nótese que esa dinámica de intercambio es esencial en la comunicación de los días presentes. Esa ola tardó veinte años en cruzar de una lado al otro del mundo, y es hoy que vivimos el fenómeno en nuestro país. Eso ha levantado el debate nuevamente: hay programas de televisión que debaten el videojuego, artículos del periódico con consejos de seguridad, artículos de internet con consejos y trucos para jugarlo, y finalmente los gobiernos regulan el juego o la manera de jugarlo por los usuarios.

Fue volver al principio. Para el adulto, significa que los videojuegos ya no son cosas de niños. Ahora los adultos son los que juegan los videojuegos. Son los que tienen que recurrir a otros niños para entenderlos.  La cruel diferencia es que dejan al adulto definir el mundo actual. Y perder esa posibilidad es lo que lo aterra tanto, lo que lo anima a conocer de manera torpe las aficiones de sus hijos o de los niños de otro, y lo que finalmente lo lleva a juzgar o delimitar la manera en que los menores viven esa realidad llamada videojuegos (que debe entenderse dejó de ser virtual en el momento en el que hizo que los jugadores se levanten del sillón). Pero si una lección debe aprenderse del pasado, es la de no relegar a los videojuegos al final de la casa, a un lugar borroso donde están los juguetes y la (nefasta) literatura infantil, sino como un arte mayor, vigente, al que debemos aproximarnos de manera seria como gente vieja, y respetar la dimensión que tiene en la vida de los jugadores proteicos: los niños. Y ojalá los adultos del futuro (temo ser uno de ellos hoy) sigan jugando.

El otro día vi a un señor mayor con su celular apoyado en una farola de la plaza. Estaba jugando Pokemón GO. No le hablé pero tuve la reconfortante sensación de que las generaciones más antiguas encuentran en los asuntos de las juventudes actuales un punto de sosiego y tranquilidad. Entienden lo que es jugar por jugar. Entienden lo que es ser un niño de hace veinte años, hoy. 

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